¡No le hagas creer a tu hijo que se merece todo lo que desea sin esfuerzo!

La educación de niños actual ha cambiado sustancialmente si la comparamos con la educación que se impartía en el pasado.

Hemos pasado de una educación de respeto, casi de miedo al padre, al profesor, a un policía o a una persona mayor… a una falta de límites donde algunos jóvenes tratan de imponer su voluntad por encima de cualquiera cosa.

Antiguamente, el criterio educativo era unitario y la sociedad se regía por un criterio autoritario en el que los padres tenían el poder y los hijos tenían la obligación de obedecer.

Actualmente, hay muchos criterios educativos dispares y los padres se sienten inseguros pues no tienen claro cuál es la mejor manera para educar a su hijo.

El educación de los niños se ha vuelto permisiva

Muchos de ellos se han declinado por una educación permisiva que educa al niño en sus derechos pero no en sus deberes y la escala de valores queda al margen. El niño es el que ostenta el poder pasando los padres a ser sus esclavos.

Hablar de honestidad, respeto, esfuerzo, tenacidad, disciplina, sacrificio, perseverancia… etc, parece un lenguaje anticuado y pasado de moda y lo que impera es que el niño sea feliz por encima de todo, resolviéndole todas las dificultades, sobrevalorándolo, evitando que sufra y se frustre y que, con su conducta, decida sobre lo que hay que hacer y controle a adultos y niños con los que convive.

Esta educación permisiva y proteccionista da como resultado que los niños y jóvenes se crean que las metas se consiguen sin esfuerzo. Ahora todo lo tenemos instantáneamente, con los avances tecnológicos todo resulta más fácil, cómodo, asequible… Las redes sociales y la televisión con sus programas basura hacen creer que la fama y el éxito se puede obtener sin esfuerzo. Crean falsas expectativas al mostrar que se pueden alcanzar sin esfuerzo unos objetivos ambiciosos, pero luego comprueban que en la vida real hay que trabajar duro para poder conseguir las metas y que no siempre van a obtener lo que desean.

La publicidad transmite que, “si lo deseas, tenlo”: “aprende idiomas sin esfuerzo” ”cómpralo, te lo mereces”… sin promover una cultura del esfuerzo para conseguirlo.

Por eso hay padres que recriminan al profesor por qué ha suspendido a su hijo o les hacen los deberes y “estudian” con ellos la materia que les han mandado.

En definitiva, les facilitan el trabajo cuando todos sabemos que la tenacidad y el esfuerzo es lo que da valor real a la vida y que lo que aprende por sí mismo, es lo que no se olvida. Lo que se logra con trabajo y empuje se valora y, por tanto, se respeta. Se obtiene un sentimiento de orgullo y satisfacción al haber logrado una meta por tus propios medios: el éxito en la realización del trabajo bien hecho.

La sobreprotección ofrece al niño una vida cómoda donde no debe realizar esfuerzo alguno para obtener lo que desea.

¿Cómo podemos corregir esta actitud e inculcar la cultura del esfuerzo?

La clave está en el valor del esfuerzo desde la primera infancia, desde el hogar y desde nuestra escuela infantil en Valdemorillo.

Los educadores debemos alentar a los niños con una motivación que impulse al niño a ser curioso y a descubrir todas las posibilidades que le brinda el medio. A captar su interés, ofreciéndole actividades que atraigan su atención y que desarrolle su capacidad de concentración, sin desistir ante cualquier dificultad. Que valore y se sienta orgulloso del trabajo realizado tanto el de él como el de sus compañeros, para así desarrollar poco a poco la empatía y el respeto hacia los demás.

Desde la primera infancia se debe fomentar la autonomía y responsabilidad para formar una personalidad confiada en sus posibilidades, un estar orgulloso de sus capacidades y una seguridad en que, si quiere, puede alcanzar sus metas.

Es educarlo en el “ser” más que en el “tener”. Ser persona supone adquirir y cumplir compromisos, ilusionarse con las pequeñas cosas, tener afán de superación, compartir buen humor y alegría en el carácter, ser honesto y empático con los demás y aceptarse, quererse y valorarse con sus capacidades y limitaciones.

No tener la necesidad de ser perfectos y no depender de lo que los demás piensan o quieren de ti, tener seguridad en sus convicciones y defenderlas aun cuando están en contra de lo que piense el resto.

Hay que fomentar la tenacidad y la voluntad para afrontar los retos y las dificultades que plantea la vida.

No desistir ante ellas y no hundirse ante el fracaso. De los errores se aprende y hay que aceptar que las cosas no siempre salen como se desean. Hay que seguir intentándolo para lograrlo más adelante.

Los padres deben mostrarse alegres y activos, expulsando de su ánimo el abatimiento y la pereza que les paraliza para motivar a los hijos con actividades divertidas, en las que participen todos los miembros de la familia. Fuera pereza y pasemos a la acción.

Los niños y jóvenes que se esfuerzan lo mínimo, harán lo mismo de adultos. Una clara consecuencia es la falta de entusiasmo, empuje, determinación, valoración de las cosas, de individualismo, egoísmo, conformismo y poca motivación para superar dificultades. Se lo han dado todo, le han evitado los fracasos y le han dado una visión errónea de su persona, haciéndole creer que se merece todo lo que desea sin esforzarse.

Cuando se tienen que enfrentar ante una dificultad, el desánimo y la pereza les invade y paraliza para seguir intentándolo, abandonando enseguida y pensando que es imposible conseguirlo.

Los padres sufren viendo a su hijo sufrir y su instinto les insta a evitarlo porque es doloroso ver que, aunque se esfuercen, no consiguen lo que se proponen. El instinto paterno o materno hace que le allanemos el camino y procuramos que no se frustre o se enfade cuando no consigue lo que desea.

En definitiva, la sobreprotección ofrece al niño una vida cómoda donde no debe realizar esfuerzo alguno para obtener lo que desea.

Como siempre recordamos, nuestra actitud para afrontar la vida es el mejor ejemplo para ellos. Hay que ser optimistas y perseverantes ante las dificultades y aceptar los errores para que comprueben que es humano equivocarse, y que se puede remediar cambiando de actitud. Hay que ayudarles a gestionar las emociones, a dominar los impulsos, a controlar sus reacciones ante un fracaso. Con nuestro ejemplo, tienen que comprobar que se puede volver a empezar, que hay que intentarlo de nuevo, que no se puede desfallecer.

Rafael Nadal nos dio una gran alegría que festejamos todos emocionados cuando le vimos jugar en el Open de Australia. Nos dio una lección de su fortaleza mental, de su demostrada entereza ante las dificultades y de su capacidad de sobreponerse después de situaciones adversas. Su tío, Toni Nadal, su entrenador durante muchos años, ha explicado que es debido a su excelente preparación física y mental y a la educación recibida en la cultura del esfuerzo que ha recibido desde que empezó a jugar.

Comenta que, actualmente, las nuevas generaciones necesitan en una medida cada vez más creciente que los entrenamientos sean divertidos, que las recompensas sean inmediatas y que se les aplauda el más mínimo avance. Que no se les exija y que abandonen cuando empiecen a estar cansados. Carecen del incentivo del esfuerzo y la perseverancia y abandonan antes de tiempo.

Todos admiramos a personas que nos dan este ejemplo de perseverancia, constancia, sufrimiento y superación. Empecemos a dar una educación a los niños desde que son pequeños en el esfuerzo aunque parezca un criterio educativo “anticuado”.

 

Artículo elaborado por la directora de Escuela Jauja, Pelancha Gómez